X. Los Bailes de Don Lívido

Le llamaban así porque al parecer tenía la cara muy blanca, mortecina, como la de los niños a quienes sus madres protegen del sol con ahínco y esmero.

Recopilaba refranes en Alcuéscar como el que recoge aceitunas o setas cuando llegan las lluvias. Se iba al campo, o mejor dicho, a los campos, y allí pasaba las noches con los pastores escuchando sus cantos y sus chascarrillos.

Él los llamaba Sanchicos, y los transcribía respetando el habla popular, o lo que él decía que era el habla popular.

Luego se iba a las fiestas. Las mozas bailaban mientras los mozos las cortejaban. Uno de esos bailes lo conocemos todos. Figura en las antologías de los coros y danzas. De alguno de aquellos cortejos también nos llegó el recuerdo y la cara de algún recién nacido.

Y después de la fiesta llegaba el tiempo de romería. Santa Lucía del Trampal. Todos a la ermita, porque por aquel entonces Santa Lucía ni era basílica ni era visigoda, era, simplemente, la ermita. No había llegado Juan Rosco. Y cuentan que dicen que alguien recuerda que tenían la costumbre de arrojar naranjas al cura durante el sermón. El Trampal da la vida y el agua, y también unas naranjas que afirman que son la envidia de la comarca.

Don Lívido no bailaba. Se moriría de espanto, o de vergüenza. O quizás pensaba en la vergüenza ajena que sentirían las mozas si vieran bailar a un patoso.

Sus danzas eran otras. Sus pies se preparaban para trepar por las sierras en compañía de Hernández Pacheco, Roso de Luna y el cura de Montánchez. Era su morada particular. Buscaban minerales, buscaban cometas, buscaban rastros de los hombres antiguos, buscaban contar el tiempo y pasar las horas, y no hablar de lo humano. Sólo de lo divino.

Y mientras los cuatro subían peñas arriba, y se encaramaban hasta la Piedra Bamboleante que dicen que existió en lo alto de la sierra, el amor florecía junto a los bosques que rodean el Trampal.

García-Plata de Osma nos trajo el recuerdo de una época, y de él heredamos la memoria comunal de lo pequeño, del gesto cercano en los chozos de los pastores. Bueno está agradecérselo, pero nuestra Mesopotamia tiene que ver más con el futuro, con el futuro también cercano, con los bosques lusitanos que Ramón recorre con los ojos vendados mientras pela una naranja o recoge moras para Ramón el chico y para Lucía.