Lisboa es un niño

Lisboa es un niño con zapatos sin cordones. Cambia sin dudarlo la piel sintética por botines de madera y remo. Y son esos zapatos puntiagudos los que cortan el empuje de las corrientes marinas y atraviesan las islas y los continentes.

Y juegan a desatar nudos sobre la tierra y a borrar sus huellas, y a edificar países de arena y sal en Angola o en el Mar de la China.

Y duerme Lisboa sobre colinas que durante siglos intentaron hacer suya ejércitos y piratas, y así cuando ves a los jóvenes con corbata de falso estilo milanés marcando las esquinas, parece que ves, o te imaginas que ves, a los últimos emperadores romanos esperando en las puertas de la ciudad la llegada de los bárbaros. hasta que, llegada la noche, observan con amargura que nadie ha venido a darles un nuevo traje a su vida, y que las antorchas de las plazas anuncian la apertura de las tabernas, donde todos recuerdan, con lágrimas de fado, no se sabe qué destino.

En tanto llega la noche se entretienen analizando el vuelo de las palomas de la Praça da Figueira, u observan como a través de un microscopio, el paso de Europa por su lado. Ya se han acostumbrado a los cambios. Antaño todos se acercaban a los muelles para ver llegar los barcos repletos de comercio ultramarino que venían de América o África. Muchos de los que venían en esos barcos no regresaron nunca, y han hecho de Lisboa una ciudad mestiza, una ciudad que no ha aprendido a perder sus colonias