VIII. La Flor del Guadiana

Uno recuerda a Rorry, Juan y Nico camino de la Plaza de la Iglesia como si fueran tres pistoleros del Far Wext. Al principio uno pensaba que iban a misa de sábado para alcanzar el paraíso espiritual. En realidad iban a la discoteca que estaba en la esquina de la plaza, a intentar ser príncipes del reino terrenal, reyes de la pista del Club El Paraíso.

Iban al encuentro de las primeras mozas, y de los acordes del Sugar Baby Love o del Fox on the run que atravesaban las ventanas del Paraíso y llegaban al Paseo del Caudillo antes de ser Calle Ancha, y que nos hacían partícipes de esa ceremonia terrenal a los que todavía no teníamos edad para subir las escaleras empinadas y estrechas que te llevaban al cielo.

Uno se asomaba a la Plaza de la Iglesia sobre todo cuando llegaban los coches de choque que acampaban frente al portón de la parroquia. Era la feria de octubre, y era la oportunidad de escuchar a toda pastilla a los Rubettes o The Sweet en directo y en cercanías. A uno le impresionaban esos equipos de sonido que traían las atracciones de feria. Volumen brutal se llamó años más tarde en algún disco de rock.

Con el paso del tiempo el Paraíso se convirtió en La Flor, y Pueblonuevo del Guadiana en Guadiana del Caudillo. Porque con la llegada de la discoteca familiar a su vida llegaron los vinilos a su colección de indios y carteleras de Quo Vadis.

Con La Flor del Guadiana uno vio cómo el aire del Far Wext se fue impregnando de músicas de nombres de púrpura, y vio en directo, sin que nadie, ni siquiera los libros, se lo contara, cómo después de las legiones de Roma, los soldados del Visir, los aventureros americanos, los presos del Señor del No-Do, los colonos del siglo, los nómadas del parque y los hombres del saco y del miedo, llegaron a la vega Barry White, Earth Wind & Fire, Kool & The Gang, Commodores, The Temptations, KC & The Sunshine Band, Carl Douglas y George McCrae, los hombres de negro con los que uno dio los primeros pasos de baile, y con los que aprendió a pinchar encaramado en el escenario rodeado de singles con fotos de lentejuelas y peinados a lo afro.

Luego llegó Travolta, llegó Boney M, llegó Umberto Tozzi. Pero uno ya sabía lo que hacía. O al menos eso era lo que pensaba.

Rades
Revista Grada
Número 15. Julio / Agosto 2008