Parábola

Finalista
Premio de Relatos cortos "Diario de León"
León, 1985



Cuánta pasión intentando descubrir el alma, arrancar jirones a la ignorancia y cuánto sufrimiento por ello.

Lo que tú quieres es conocer los nombres de todos los libros que soportan los anaqueles de las bibliotecas, saborear todos los vinos, los nuestros y los que llegan desde el otro lado del mar, sin caer en las confesiones del ebrio.

Pero yo, amigo mío, no soy como aquellos oradores romanos que encendían el ánimo en los foros, que hacían del asesino un mártir y del inocente un reo. Y no sé cómo se reconoce el hombre cuando junto al camino de sus años, descubre una fuente donde el agua está siempre limpia y siempre serena, y se acerca y se mira en ella y encuentra unos ojos, sus ojos.

Pero sé de alguien que jamás supo de sí, que no pudo encontrar sino pájaros en su cartera, sino barcos en los ojos de su amor, sino soldados en las manos de su hijo. Alguien con el don de lo asistido, con la gracia que dan un padre o un hermano, una madre o, por qué no, una estatua.

Ven, siéntate a mi lado y ponle vestidos a las nubes mientras escuchas. Pero no duermas. Porque vas a conocer su historia.


1
"Era del niño que cayó a un pozo, y era el pozo de aguas verdes, el verde de la naturaleza reposada, la que por siempre espera la mano del motor que es divino, la que está muerta si no la llaman, la que no se queja si no es insultada, la que se calla cuando hablan los pescadores de perlas, la que no responde si no preguntan por el origen del cielo.

El niño bebió del aquel agua, tragó el verde de aquel verde y su mano y su pie retrocedieron, y su aliento quedó quieto y quedó triste.

Y comenzó a esperar que su mano fuera la mano de su madre y su pie. Que el nombre de su hermano fuera su nombre y la risa de su amigo fuera su risa. Que el primer plumier de su primera cartera (a la que llamaba con su nombre, es decir, con el nombre de su hermano) fuera un cofre donde guardara los lápices de colores; el amarillo para pintar la mano de su madre, para el pie, el naranja para la sonrisa del amigo y el negro para dar título al autorretrato de su hermano.

Y era que mientras crecía se fue llenando tanto de ramas que su cartera fue un odre y su camisa un borracho. Un borracho de los que encharcan las calles y las aceras y las puertas de la escuela donde los niños esperan al maestro, al señor de los libros.

Un borracho-niño que diera de beber a sus pájaros, los que no tenía pero que veía en el odre ahogándose de vino, del vino de colores, los que eran del retrato.


Mataba pues veía la muerte en su cartera y reía si su amigo agarraba el cinto para coronarse el cuello. Pero su madre, su mano, cerraba la boca y el niño no hablaba, ofrecía el puño a la cara del hermano y no eran flores, dolor y lágrimas eran, las del que roba en los comercios y se encoge cuando es tocado en el hombro, cuando es descubierto.

2
Era del joven que recordaba cómo de niño cayó a un pozo y era que volvía a casa expulsado del colegio, el de paredes rojas, el rojo que da la herida, la que por siempre daña al cuerpo que es humano, la que mata si no la curan, la que es queja y es insulto, la que baña la arena cuando bailan los matadores de toros, la que grita si preguntan por un colegio que es un pozo que es rojo.

El joven saltó aquellas paredes y odió el rojo de aquel rojo, y su cuerpo y su sangre se hicieron sal, y su mirada devino en piedra, devino en pena.

Y empezó a estudiar cómo su cuerpo fuera el cuerpo de su padre y su sangre. Que las lágrimas de su hermano fueran sus lágrimas y el cuello de su amigo su cuello. Que la primera carta a su primera novia (a la que escribía con sus lágrimas, es decir, con las lágrimas del hermano) fuera un libro escrito con tinta como la que esconde la noche, con citas de poemas del amigo, adornado con flores del jardín de su madre.

Y era que mientras soñaba se fue poblando tanto de islas que su novia fue un marino y su sábana una estatua, una estatua de las que adornan los museos y las avenidas y los paseos del parque donde las manos juegan al engaño, al rumor de los cisnes.

Una estatua-joven que ofreciera luz a los barcos, los que no atracaban, pero que miraba en el puerto vistiéndose de mármol, del mármol de los versos, los que eran del diario.

Navegaba pues veía el mar en la falda de la muchacha, y lloraba al besarle el cuello con collares de besos. Pero su padre, su cuerpo, abría las flores y el joven callaba, entregaba su cara a los árboles del bosque y no era fuego, filo era y percusión, la del que descubre las cuevas y se asusta cuando se ve hombre, cuando se ve estudiado.

3
Era del hombre que rezaba en la iglesia y era que oía el canto de los niños, el de voces blancas, el blanco que dibuja la fe, la que por siempre conduce al alma que no vemos, la que cura si no pecamos, la que es rezo y es perdón, la que inunda el templo cuando cantan los órganos de flautas, la que huye de los maestros de duda, la del cielo y la del pozo.

El hombre vistió de aquellas voces y añoró el blanco de aquel blanco y su alma y su rezo se hicieron niebla y su pensamiento vivió ciego y vivió vencido.

Y estuvo esperando que su alma fuera el alma de su ángel y su rezo, Que los bosques de su hermano fueran sus bosques y las manos de la muchacha sus manos. Que el primer castigo a su primer hijo ( a quien pegaba con varas de sus árboles, es decir´los árboles del bosque de su hermano) fuera un secreto pintado con dedos de ira de soldado, con quejas de mártir de fe cristiana, maldito de sangre que mancha la carne.

Y era que mientras esperaba se iba llenando tanto de sombras que su hijo fue una lanza y su casa una palabra, una palabra de las que arropan los labios y engalanan los libros y las regiones de la lengua donde los límites fabrican puentes, los de ojos de piedra.

Una palabra-hombre que alentara a los guerreros, los que no luchaban, pero que admiraban la batalla armándose de furia, de la furia de las calles, donde se esconde el secreto.

Creía pues leía de salmos en su hijo, de los que aprendió en el colegio, cuando era joven, cuando era estatura. Jugaba a pintar autorretratos como cuando era niño, como cuando bebió el agua. Y era que cayó en el pozo de la insuficiencia y murió en él."
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Y ahora vete a casa, que ya se oye el galope de los caballos de la noche, y cuando tu mujer se retire a dormir, recorre, en silencio, todas las paredes de tu memoria y registra en los armarios y en las camas.

Pero sobre todo, ten cuidado cuando andes por el campo, porque tras la sombra amable de algún árbol puede hallarse un pozo oscuro. Muy oscuro. Sin colores.