09. Vientos de Oriente

Será cosa de los ríos, de esta Mesopotamia que dibujan Tajo y Guadiana lo que atrae a las gentes de Oriente a nuestras tierras.

Desde antiguo, desde muy antiguo, se encuentran rastros de allende los mares tranquilos y el desierto pérsico: la alfarería, la incineración en urnas, el amor a la orfebrería del oro. Rastros que evocan nombres como Fenicia, Grecia o Tarteso.

Nombres que encontramos asociados a Serradilla, a la Martela en Segura de León, a Medellín, en su necrópolis, a Cancho Roano en Zalamea y a Aliseda.

La Lusipedia guarda un pequeño rincón para esos amores orientales que transitaron por Lusitania.

Aliseda, se lo llevaron fuera. Esperamos que algún día vuelva, y que no tarde mucho. Su tesoro es la fotografía de esos abalorios que engalanaban la belleza femenina, tal como hoy podemos verla en algunas secuencias del vestuario tradicional festivo. Aliseda es, sin duda, nuestro mayor tesoro. Nuestra joya exiliada. Nuestra metáfora oriental.

Pero el Tesoro de Aliseda no está sólo en esta esquina al este de la Lusipedia.

Segura de León es geografía también de tesoros hermosos. Quien ha visto alguna vez el de la Martela, puede hablar del repujado y la filigrana en el acabado de esas joyas que confeccionaron artesanos con tanto mimo.

Nuestro gran Roso de Luna encontró en sus aventuras telúricas una de las estelas que mejor identifican la cultura lusitana. En Solana de Cabañas nos queda el recuerdo guerrero en piedra, un escudo y una lanza. Una pieza maravillosa.

Y quien viaja por el país de Al Asnam, el nombre que le dieron los de oriente a La Serena, se topará con uno de nuestros más apasionantes enigmas: Cancho Roano. Nos da igual si es un templo, si es un monumento funerario, si es esto o aquello. Cancho Roano forma parte de la mitología fundacional lusitana. Eso es lo que nos importa. Lo demás, que lo resuelvan los señores de los libros.

No podemos olvidar, y la Lusipedia no lo hace, el oriente más extremo, el de más allá del desierto.

Castelo Branco es la ciudad del lino. Y sus bordados comienzan a ser conocidos desde el quinientos. Pura exquisitez que aún hoy perdura. El árbol de la vida, los pájaros rabilargos (llegados del mar de la China por navegantes portugueses, y que hicieron casa en nuestros campos), las rosas y los lirios otorgan a estas piezas un encanto que nos devuelve a la infancia y a las colchas de las madres. En Guadalupe, algo supieron también del lino y de Oriente. Aquí, eso sí, el lirio se transformó en santos.